Realidad no quiere
Deslizándose, ahí va, por un pasaje de estrellas. Con el huella a huella chapotea en los marcitos de lluvia precoz. Sonrisas agudas va dejando su baile de felpa, en la alfombra roja del bosque. Un globo verde gigantesco se impone en el medio de la barro-vía. Acompañan sus hojas unos hermosos piropos violetas, pretendientes de los colibríes, los cuales viborotean en valses peregrinos. Tira cuerda, tira cuerda, avanza. Ahora piedras y más botones sin ojal se amontonan en trenzas de caramelo. Se roba uno (le roba uno a la barro-vía) y lo vuela en una perfecta parábola que termina agujereando el lago de manera tan grácil que ni siquiera el branquiado se inmuta. El muy cielo se pinta con acuarelas esfumadas en grises y celestes, que se enredan en un circo de malabares imperfectos (pero miento: cuán perfectos se ven). Y de ahí desciende la soga, desciende la escalera, desciende la subida. Fuerza, mas fuerza, no le falta mucho. ¿Sin manos? Cae, para atrás, se deja flotar y toca el suelo. Realidad. No quiere. Rebota y nuevamente al cuadro de acuarelas.